24.7.08

Combates Nostálgicos

Por aquellos días en los que la palabra polígono nunca salía de clase; donde el concepto 16 bits suponía la mayor revolución tecnológica de nuestra vida y el ambiente se caldeaba sin remedio en cuanto alguien planteaba la ya mítica cuestión de quién era más fuerte: Ryu o Ken. Por esas partidas de un jugador con todo un séquito detrás intentando averiguar en el bar de Manolo si era cierta la leyenda urbana de que en su final Chun-li enseñaba las tetas. Por los interminables piques aporreando los inmensos mandos de la Megadrive (Génesis para los entendidos) donde colegas de metro y medio de estatura se exaltaban en torneos con el apodado "Special Champion Edition". Por el único luchador de la historia que representó a España embutido en unos pantalones de torero aun siendo rubio y de ojos azules. Por el primer juego que elevó a cotas de fenómeno social la antológica batalla entre SEGA y Nintendo. Por el Super, el Turbo, el Alpha y el Max. Por el Hadou Ken, el Shou Ryu Ken, el Sonic Boom y el Tiger Uppercut. Por los sueños de un niño que miraba con ojos como platos en una pantalla en 2D algunos de sus grandes héroes, que aún hoy sobreviven. Por todas aquellas tardes a la salida de la piscina, por todas aquellas monedas de cinco duros perdidas y, en general, por todas aquellas horas de mi infancia, de mi vida, llenas de felicidad, sonrisas, adrenalina y flipadura pura gracias a dos palabras y toda una experiencia: Street Fighter.

Por todo esto y mucho más que guardo en mi corazón, aquí os dejo el trailer de la nueva maravilla de CAPCOM. Para todos aquellos que tras tres palabras supieron de qué estaba hablando: Vividlo hermanos. Para el resto: Adelante, no muerde, pero tened cuidado... Puede llegar a enganchar.

22.7.08

Summer in the City

Una mañana más de un verano más. Camino por las calles aun desoladas hacia la misma biblioteca de siempre como el viejo aventurero revisando un antiguo códice que se sabe de memoria. Las gaviotas gritan poseídas ante el pensamiento de un banquete sazonado por el olor desagradable de la marea bajando. Vuelan a ras de suelo aprovechando las aun templadas corrientes de la mañana en forma de danza torpe y errática. Se pelean sin ningún pudor hasta que mis pies se encuentran a menos de un metro de ellas y levantan de nuevo el vuelo propugnándome insultos en una especie de jerga ornitológica.

El sueño, excedente recurrente de una noche intranquila, se debate en mi cabeza y cuerpo con la brisa veraniega obligándome a decidir sin demasiadas opciones el curso de ese nuevo día. Resulta curioso la capacidad que tiene el cuerpo de buscar sustitutos a la penumbra cuando ésta no ofrece ni el aliciente del descanso.

Un mal cigarrillo comienza a quemarme en los labios cuando su cabeza decapitada se precipita sobre la acera recordándome el acto de un mal vicio. Ni siquiera recordaba que estaba ahí...

El verano es para muchos, por no decir la mayoría, una época de descanso y tranquilidad. No les quito ni la más mínima parte de razón; ese debería ser su cometido, sin embargo en mi caso es diferente. El verano en Ferrol suele ser lo más parecido a una vida organizada que tengo a lo largo del año. No es que me queje, pero nunca consigo acostumbrarme del todo. Cualquiera que me conozca sabe lo cabeciña loca que soy, lo caótica que es mi vida, mi existencia, y por ello comprenderá cómo un par de meses de realidad pueden agotar de tal forma mis reservas vitales. Al contrario del resto de los mortales mis vacaciones siempre acaban el 31 de junio para empezar de nuevo el 1 de octubre. La verdad es que nunca me pareció mal sistema, pese al sueño que conlleva. Aún así no nos engañemos, no está del todo mal. Cierto es que a la larga pasarse los meses más calurosos del año sentado en una silla con la cabeza llena de pájaros desalentaría incluso al más macho, pero ¡que coño! El resto del año se vive como dios.

Ferrol apesta. Sus calles decadentes fusionan con aberrante maestría edificios decrépitos, aceras recién reformadas, adoquines sucios y rotos, comercios ingenuos y modestos y la mayor cantidad de purria que me he topado en toda mi vida. La gente, curiosamente, tiene una extraña tendencia al mongolismo, seguramente fruto de un orgullo inconsciente hacia lo que este montón de estiércol un día fue y que nunca volverá a ser. Toda la ciudad parece moverse al unísono hacia su propia destrucción como una bandada de las pestilentes gaviotas que la reinan dirigiéndose a morir a alta mar.

Ante este panorama propio del siglo XIX (época en la cual parece haberse estancado), Ferrol ofrece menos alicientes que una Vetusta descrita por telégrafo. Cuando la vida te obliga a pasar dos meses al año en el lugar de mundo más parecido al ojete de Satanás la biblioteca no parece tan mal refugio. Sin embargo siempre ha habido algo que la ha salvado; el mayor orgullo de cualquier ferrolano que se precie, la joya de una corona carcomida por el óxido: la playa.

La playa en Ferrol es lo más parecido a una religión que puede haber por aquí. Día tras días manadas de gilipollas compuestas de subnormales autóctonos mezclados con ruidosos forasteros que se creen la ostia por no haber escogido Almería para comprar su refugio estival, se lanzan como locos hacia una maravilla de la naturaleza que inexplicablemente surgió junto a la ciudad más fea del planeta. Y no solo una, ojo, porque aquí somos así de chulos y tenemos playas para dar y tomar. Un perfecto conjunto de arena fina como crema desparramándose vivaracha ante un bravo océano (que no mar ni ría). Podría pasar horas hablando de mis queridas playas, sin embargo esto solo traería como consecuencia enturbiar dos cosas sagradas: este mal texto con una belleza que no merece y la propia imagen de esas maravillas de las que un día, puede que pronto, con más calma os hablaré.

De momento disfrutad de mi alegre desdicha en este pueblo marinero que un día tuvo el honor de llamarse ciudad; donde antaño reyes y gentes de buen ver reposaba sus huesos nada cansados frente a unos muelles que traían a España maravillas del mundo exterior; cuna de políticos, escritores y dictadores; una pequeña parcela del universo condenada al fracaso a golpe de ostia de quien no la conoce y quien no la ama. Ferrol, posiblemente uno de los peores lugares del mundo civilizado, posiblemente el mejor ejemplo de una comunidad condenada a la extinción. Ferrol, posiblemente uno de los lugares que siempre llevaré en el corazón…