14.1.09

Furia

Mi corazón palpita por primera vez en mucho tiempo. Abro los ojos. Me encuentro en un sitio extraño. En mi mano reluce un arma y frente a mi observa el enemigo. Mi enemigo.

Otro día de carnicería, de matanza indiscriminada; vacío, gris y enfermizo, infectándome con su pútrido olor a muerte.

Rasgo la ropa de mi adversario en la primera acometida; su furia, solo comparable a la de un titán, responde sin clemencia, directa a mis oídos. No puedo evitar pensar, mientras esquivo un segundo golpe, que quizás todo esto carezca de sentido. La guerra, los mundos, mi vida. Toda esta violencia, esta locura, no es más que una farsa, no puede ser real. Ah, pero olvido la furia...

Toda mi vida creí ser un ser pacífico. Una buena persona. Cuando pienso en mi pasado no puedo evitar sentir un escalofrío. Veo imágenes felices tan enternecedoras como irreales. La vida que creo mía se ha convertido en una película sin terminar. Y cuando acaba... El dolor.

Algunas personas se tornan débiles con el dolor. Se acurrucan en sí mismas pensando que nada les dañará, permitiendo que su miedo les impida ver las estrellas. Otras se fortalecen hasta el punto de perder su humanidad, otorgándoles el don de que nada les sorprenda y maldiciéndoles con la más absoluta soledad. El resto... Sucumbe a la furia.

La furia es el único sentimiento humano que podría asemejarse al amor. Salvación y perdición en un mismo filo. El único paso entre la locura y la iluminación. La furia te fortalece más allá de toda lógica, te obliga a dar un paso más. Te anima cada segundo, te empuja cuando has creído ver el final. La furia es tu amiga, tu amante, tu asesina, tu vida, tu muerte. La furia cobra forma en tus músculos, en tu carne, te mueve a voluntad. La furia te consume, te somete, te sustrae laidentidad. La furia torna en enemigos a los amigos y en rivales a los hermanos. No importan los lazos, no importan las almas. Cuando la furia te envuelve, solo importará su sangre en tus manos.

Kilómetros y años me separan de esos recuerdos, de ese dolor. Ahora sólo pienso en la sangre. Golpeo con mi rodilla el tórax de mi enemigo haciéndolo tambalear; el pitido de mis oídos no me impide percibir el grito de dolor que se escapa temeroso por entre sus labios. Una risa histérica inunda toda la estancia mientras uns ojos cargados de odio se acercan a mi. Recuerdo a este hombre, recuerdo su cara. Pero su expresión ya no es la misma, ha sucumbido a la furia.

Odia todo lo que le rodea, odia lo que aún vive en su interior. Odia lo que dejó atrás, lo que por fuerza olvidó. Odia a sus seres queridos, odia a sus antepasados, odia al hijo que nunca conoció. Odia el mundo por ser mundo. Lo sé porque también lo odio yo. ¿Qué importa lo que nos une? Fuera lo que fuera murió. Ahora somos enemigos, seres hechos para matarse, diseñados por un falso Dios.

Mis manos no son mías. No controlo ninguna articulación. Veo mi vida en tercera persona y me horroriza pensar que ese soy yo. Esquivo a mi antiguo amigo, compañero de armas, hermano, y por más que lo intento no logro sentir piedad. Una sed de sangre indescriptible recorre mi cuerpo, disparando por todo mi organismo toneladas de deliciosa adrenalina. Un duro golpe en la mandíbula y al segundo su cuerpo a mis pies.

Bosco, así solía llamarse, suplica clemencia mientras mis manos se posan sobre su cara. Reconfortado por mi tacto, comienza a llorar recordando tiempos pasados. Recuerda cuando nos conocimos, cuando nos enfrentamos. Recuerda aventuras de niños y cuando más tarde nos alistamos. Recuerda una guerra que nunca existió y el fin de todo lo que habíamos conocido. Recuerda un tiempo en que fuimos amigos y a la persona que yo era. Pero todos esos recuerdos son lejanos, pertenecen al pasado. Y los dos odiamos el pasado.

Aprieto su cara con la palma de mis manos mientras mis dedos penetran sus globos oculares. Un alarido desesperado es arrancado de su encharcado pulmón mientras retiro con fuerza mis manos de su rostro. Dejo caer sus viscosos ojos al suelo mientras me preparo para el golpe final. Sajar la garganta con mi cuchillo sería lo más fácil, pero la furia me insta a que haga algo más; la furia quiere sangre, se tiene que alimentar. Mi mano desnuda penetra su abdomen al tiempo que sus cuencas vacías se posan en mi. Durante un segundo es consciente del fin. Tirado en el suelo, mi amigo yace muerto en un charco de sangre. Aún conservo sus tripas entre mis manos cuando descubro la gran verdad. El sentido de esta lucha, de esta miserable existencia. Vislumbro el porqué de toda esta sangre, de aquello en lo que me he convertido. Mi objetivo, mi vida, se ven claras como un espejo pulido, mas el reflejo que me devuelve me arrastra a la locura, a un indescriptible horror. Ya todo carece de sentido, pues no hay nada que pueda hacer yo. De pronto todo se apaga, se desvanece como un recuerdo que jamás ha existido, y todo lo que ha pasado desaparece con él.

Todos estos recuerdos, todas estas vivencias, borradas de la vida misma por una mano inmisericorde que jamás pensó en nuestro corazón. Ahora reposo solo, muerto en el vacío, consciente de mi inexistencia. Únicamente la conciencia de la resurrección coleta en mi mente. Ajena a mi ausencia de corazón. Y una vez más el ciclo comenzará, lanzándonos a la destrucción, pues es nuestra naturaleza matarnos sin ninguna razón.